Durante medio siglo Cuba ha sido gobernada por “el castro”, una moneda de dos caras: Fidel es el anverso y Raúl el reverso. Probablemente Fidel sin Raul no hubiera llegado al poder. Raúl sin Fidel no sería el número dos ni el heredero de la dictadura.
La relación entre ambos se encuentra sellada por una simbiosis que los mantuvo cómplices en el poder a través de las décadas, a pesar de la relación de amor y odio que sostienen.
Fidel fue la emoción, Raúl la razón. Cuando el primero improvisaba, el segundo consolidaba lo que funcionara. Cuando el comandante creaba el caos, el vicecomandante arreglaba el desbarajuste. Uno, idealista y desordenado, el otro, pragmático y organizado.
Ahora Fidel dejará de serlo y Raúl se apresta a asumir sólo las dos caras de la moneda. Para él, como Stalin, no habría revolución sin su presencia. El fue quien construyó, mientras el otro se equivocaba, el organizó desde el gramma hasta el poderoso ejército cubano. El fue el poder tras el trono, desde que fue designado viceprimer ministro en 1962, luego de la pérdida de Camilo y el Che, y desde que asumió como segundo secretario del Comité Central y del Politburó del partido comunista en octubre de 1965. Más tarde sería vicepresidente del Consejo de Ministros y primer vicepresidente del Consejo de Estado, general de ejércitos y ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, a quien todo militar jura lealtad, rodilla en tierra.
Mientras Fidel era el alto perfil, Raúl vivió en la sombra pero muy activo y armando una maquinaria que hoy lo hace poderoso. Controla las FAR, la más importante organización cubana. Ellas manejan el turismo, la industria, las comunicaciones, el transporte, la agricultura, los mercados campesinos y cuanta actividad económica básica exista.
Hoy en día, por fin, llega a ser el número uno. Mandó señales a la Casa Blanca, pronunció su discurso crítico el 26 de julio, pero todavía debe esperar. Fidel puede reaparecer de la mano del vicepresidente Carlos Lage, del presidente de la Asamblea Ricardo Alarcón, del canciller Felipe Pérez Roque… y del Comandante Hugo Chávez.
Este es el dilema de Raúl. Por eso no acompaña al presidente venezolano en sus viajes a Cuba. Chávez también es un número uno para los camaradas, un “huracán político” como dirían las FARC. Lo promueven Alarcón, Pérez Roque y Lage como el copresidente de Cuba. Ya Lage lo dijo el 6 de octubre de 2005: “Cuba tiene dos presidentes”... Ahora, dos años más tarde, Chávez lo repite en Cuba: “Somos un solo gobierno o dos países con doble presidencia”. Claro, si uno muere queda el otro como presidente de ambas naciones. ¡Viva la confederación!
Raúl perseveró casi medio siglo siendo el número dos para todos, pero sintiéndose el numero uno tras bambalinas. Nunca aceptará ser el número dos de Chávez y este a su vez se siente el heredero de Fidel, no el número dos del “hermano”.
Ese es el actual dilema entre el “Fidelismo-Chavismo” versus el “Raulismo”.
Raúl sabe que fue el “hombre del Kremlin”, cuando la extinta URSS mantenía la isla y ahora es el hombre para impulsar el modelo chino, no el “hombre del chavismo”. Por eso cierra filas con sus generales y miembros del politburó y con otros factores, anteriormente adversarios, y hoy sus aláteres, como es el caso de Ramiro Valdés.
Raúl sabe que Chávez conspiró desde 1980 y lleva hasta el 2007, veintisiete años de experiencia conspirativa o de manejo del poder. Tiene razón en preocuparse.
Vladimir Gessen
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